Aquella tarde de 1981 Juan Pablo II se convertía en el primer pontífice en hacer una visita oficial a Japón, donde tan sólo fue recibido cuatro personas. Era una tarde lluviosa en Tokio. Durante el trayecto del aeropuerto al hotel, tan sólo un joven mostró un cartel de bienvenida, arrugado y deteriorado por la lluvia, apenas fue percibido por el pontífice.
En Moscú se celebraba el 26º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. El jefe del Estado soviético, Leónidas Breznev, entre otras cuestiones, realizaba un llamamiento a los países de la OTAN para evitar el uso de las armas nucleares. Tras tres horas y cuarenta minutos de discurso el líder comunista se tuvo que retirar por la fatiga. Histórico. Los médicos le diagnosticaron que se había aburrido a sí mismo. Nada grave.
Al otro lado del telón de acero, Estados Unidos amenazaba con bloquear Cuba para frenar el envío de armas del gobierno de Fidel Castro a los insurgentes de El Salvador. ¿Estados Unidos amenazando? Hay cosas que nunca cambian.
Entre estas anécdotas, aquella tarde de 1981, en España el Real Madrid había vencido a domicilio al Osasuna por 1 a 2; y en la prensa deportiva se debatía si los porteros deberían o no lanzarse a los pies de los delanteros. «Ya en la posguerra habían dejado de blocar balones, por miedo a la tuberculosis», se argumentaba.
Sin embargo, el triste protagonista del día fue un tipo con bigote y con tricornio. Y no, no se trataba de una chirigota del Carnaval de Cádiz.
Sin embargo, el triste protagonista del día fue un tipo con bigote y con tricornio. Y no, no se trataba de una chirigota del Carnaval de Cádiz.
El intento golpista del coronel Tejero hizo reaccionar de forma unánime y ejemplar a los principales actores de la sociedad española de entonces, impregnada aún del espíritu de concordia y encuentro de la transición. Desde Manuel Fraga hasta Santiago Carrillo, desde las asociaciones de empresarios a los sindicatos, la Guardia Civil, las Fuerzas Armadas o los diferentes periódicos de tirada nacional. El cierre de filas fue generalizado en torno a la figura del Rey - clave con su breve pero histórico discurso de aquella madrugada-, pero, sobre todo, por la defensa de la libertad de un país, plasmada en nuestra Constitución.
Aquel día, incluso el presidente de Acción Republicana se declaró «a disposición» del monarca. Todo esfuerzo fue poco para defender a la recién nacida democracia.