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viernes, 28 de enero de 2011

Sábado

Siempre que paso por delante de algún colegio no puedo evitar buscar entre los escolares al niño que un día fui. Tras la verja, cientos de pequeños persiguen un balón, juegan al escondite o simplemente revolotean. Se mueven de forma caótica, gritan y ríen, sin más preocupación que ser feliz. Colegios y psiquiátricos, lugares repletos de las únicas criaturas capaces de ser completamente felices: los niños y los locos.

Y es que yo también fui niño.

Esa verja – todos los colegios la tienen -, a modo de útero que envuelve al feto, aporta una tranquila y segura protección a los menores. «Aquí dentro hacer los deberes será tu mayor preocupación. Un juego de niños. Ahí fuera, cuando salgas, el sistema te absorberá y, de la misma forma que Saturno devora a sus hijos, te devorará a ti y a cientos como tú».

Pero de momento calla, no digas nada, que aún están jugando.

Nunca en mi infancia hubo un sábado gris y nublado. Nunca, al menos, que yo recuerde. Allí, en aquel patio, mi propia niñez sigue corriendo, sigue jugando, completamente feliz.

No. Ya allí no juega nadie.

Mis más ligeros recuerdos de niño huelen al café de la tarde, saben a los caramelos de fresa que me compraba mi bisabuela; a noches de verano 'charlando' hasta altas horas de la madrugada - cuando el verano era eterno-; a mi vieja colección de cromos; a mis zapatillas manchadas de barro o «al acostaos pronto, que mañana vienen los Reyes».

Aún hoy, esos recuerdos me llenan las mejillas de churretes.

En el centro había y hay una fuente. Esos años están coloreados con el suave rumor del agua fluyendo, típico de los patios andaluces. Ese ligero rumor es lo único que sigue allí. Paradójicamente, ha contradicho a Heráclito: ha permanecido lo único que fluye. Pero ya nadie juega.

Ahora, el lugar permanece repleto de plantas que florecen. No sólo en Primavera, sino durante todo el año.

Me gusta pensar que hay una flor por cada bonito recuerdo.

lunes, 24 de enero de 2011

El cuervo, typical english

En Inglaterra, el cuervo bien podría equivaler a lo que en España es el toro de Osborne. Al menos aquí no tienen el mal gusto de sobreimprimir su silueta en sus banderas. Y es que cualquier evocación del ‘aguilucho’ me corta el cuerpo.

Alrededor del siglo XVIII, comenzó a fraguarse una leyenda que perdura hasta la actualidad. Resumiendo, se cree que la monarquía británica depende del bienestar y la supervivencia de seis cuervos que se encuentran alojados en el jardín de la Torre Blanca.

Si estos animalitos gozan de salud, la monarquía perdurará con ellos. Lo fácil y barato que lo tendrían aquí los republicanos, un chicle para cada cuervo y ¡hala, que viva la República!

Pero esto no es todo. Los cuervos van más allá. Más allá del famoso poema de Poe – y su tétrico «nevermore» - o del cuervo parlante de Charles Dickens, en su novela Barnaby Rudge. Y es que estos animalitos están mezclados entre nosotros.

El primer contacto que tienes con un cuervo es a la hora de buscar alojamiento. Tu casa, a lo que para ser exacto llamas ‘estudio’, e incluso, para ser aún más exacto deberías referirte a ella como ‘20 metros cuadrados, cuatro paredes y un techo de cartón’, la pagas a precio de oro. Para hacerse una idea, es como cuando caes en una casilla cara del Monopoly. «¡Va, no me jodas! ¡Si hace dos turnos caí en una casilla incluso mejor que la tuya y me costó la mitad!» Nada…a pedirle dinero a la banca, es decir, a tus padres…

Para poder hacer frente al pago del alquiler no tienes otra opción que buscarte trabajo. Ojalá bastara por pasar por la casilla inicial para que la banca te inyectara liquidez, pero me temo que en la vida las cosas no son tan sencillas, sino bastaría con dar un puñetazo sobre el tablero y mandarlo todo a tomar vientos.

En tu búsqueda de curro entregas currículos en mil sitios, en mano o por Internet. Todo esfuerzo es poco. Lo más sorprendente es que las únicas personas que se ponen en contacto contigo son individuos que dicen «dedicarse a asesorar a personas en su búsqueda de empleo, que da igual el inglés que sepas». Joder, digo yo que además de ser asesores, serán magos. Por supuesto, todo es previo pago y seguramente otra estafa más. De nuevo, otro cuervo.

Entonces, llega el día en que encuentras un trabajillo. En ese momento no dices nada, aunque en tu interior albergas la esperanza de que tu jefe no sea un cuervo. Es lo que tiene ser joven, que también eres inocente y por consiguiente bastante estúpido.

Finalmente, te encuentras currando para un cuervo en un trabajo penoso. Tu sueldo íntegro irá destinado a pagar el alquiler a otro cuervo; y si pides ayuda a alguien se te acercan ocho cuervos más prometiéndote – previo pago – un paraíso con excelentes manjares y cuarenta vírgenes.

Lo sorprendente es que aún conserve los ojos.

Su majestad, Isabel II, puede estar tranquila porque, otra cosa no, pero aquí cuervos sobran…

martes, 11 de enero de 2011

¿Un paraíso en la otra esquina?

El pintor impresionista Paul Gauguin (París 1848 - 1903 Islas Marquesas) mantuvo una existencia marcada por los escándalos sexuales, los altercados y el deseo permanente de huir de cualquier rastro de civilización. Siempre persiguiendo la más absoluta libertad. Cinco años antes de su nacimiento, su abuela, Flora Tristán (París 1803 - 1844 Burdeos) fallecía víctima de una enfermedad. Su carácter luchador e incansable la consolidarían con el paso de los años como un símbolo de la lucha feminista y de los derechos de la clase obrera.

Gabriel García Márquez en El paraíso en la otra esquina se acerca a la figura de ambas vidas marcadas por la búsqueda de la felicidad.

En 1873 Paul Gauguin frecuentaba la Bolsa de París. A sus 25 años, el posterior pintor neo-impresionista era un exitoso hombre de negocios que actuaba como agente económico. Durante estos años su prosperidad económica le permite comenzar a coleccionar obras de arte e introducirse como aficionado en el mundo de la pintura.

A principios de siglo, 70 años antes de que Paul Gauguin prosperara en sus negocios, su abuela, Flora Tristán, disfrutaba de una infancia acomodada en París. El propio Simón Bolívar participaba en las tertulias literarias organizadas por su padre, el coronel peruano Mariano Tristán. Sin embargo, esta estabilidad familiar pronto se vería truncada. El fallecimiento de su padre, cuando Flora apenas tenía cuatro años, sumió en la más absoluta pobreza a la pequeña y a su madre. Ambas se vieron obligadas a trasladarse a vivir al campo. 


Los años de adolescencia no fueron fáciles para Flora. Pronto comenzó a trabajar en un taller de litografía hasta que a los 17 años contrajera matrimonio con el propietario. Su nueva situación tampoco cambió su suerte. Los continuos maltratos por parte su marido la llevan a escapar de París junto a su hija Aline, futura madre de Paul Gauguin. Esta traumática experiencia marca el punto de partida para una desgraciada vida, dedicada a combatir causas perdidas. En primer lugar, Flora tuvo que luchar judicialmente por la custodia de sus hijos, en una sociedad donde la mujer aún estaba muy por debajo del hombre. Posteriormente viajaría hasta Perú para reclamar la herencia de su padre, derecho que nunca le sería reconocido. Es en Sudamérica, tras presenciar escenas de la Guerra Civil que se vivía en Perú, cuando Flora toma conciencia de las desigualdades sociales existentes y se erige como firme defensora de los derechos de la mujer y de la clase obrera.

Sello conmemorativo de Flora Tristán
Uno de los episodios más sonados de su vida se dio en 1836 cuando, para reivindicar los derechos de los obreros, consiguió entrar disfrazada de hombre en la Cámara de los Lores británica. Al igual que su nieto, Paul Gauguin, fue una persona incansable, obstinada e inconformista. En su caso, siempre luchando por una sociedad igualitaria, por una utopía ideológica. Dejó varias obras, siempre a favor del divorcio, de la clase obrera o de los derechos de la mujer. En 1844 fallece víctima del tifus. Actualmente es reconocida como una de las fundadoras del feminismo moderno y da nombre a diversos centros de defensa de las mujeres, como El centro de la mujer peruana.

En 1882, 40 años después de la muerte de Flora, su nieto, Paul Gauguin es despedido como agente económico. A sus 34 años esta nueva situación lo sumiría en una precariedad económica que se acentuaría a lo largo de su vida. No obstante, su completa obsesión por la pintura - llegó a abandonar a su mujer e hijos por este motivo- desataría en él toda la inspiración que lo convertiría años después en uno de los referentes del arte posimpresionista.

Su fracaso sentimental y la búsqueda de un trabajo le lleva primero a viajar por Francia, hasta que finalmente decide trasladarse a Panamá. Su primer viaje al Caribe marcaría un punto de inflexión que se vería reflejado en sus más famosas obras, caracterizadas por la luminosidad y los colores sensuales. Absolutamente cautivado por la vida entre los indígenas y por sus primitivas relaciones, Gauguin encontraría entre ellos su mayor fuente de inspiración.

Gauguin y la oreja de Van Gogh

Mujeres de Tahití, de Paul Gauguin
En 1888, Van Gogh, impresionado por la mentalidad del pintor francés, le convenció para que se trasladara a vivir a Provenza, donde había fundado una comuna de artistas. Dado el carácter fuerte de ambos, su relación pronto fue insostenible, hasta el punto que, según Gauguin, tras una fuerte discusión, el mismísimo Van Gogh trató de matarle. Incluso se llega a decir que Van Gogh amenazó con una navaja a Gauguin momentos antes de rebanarse parte de la oreja izquierda. La frustración que supuso al pintor holandés su relación con Gauguin pudo desencadenarle sus posteriores crisis psiquiátricas.

Finalmente, el pintor francés, huyendo de la civilización europea, decide trasladarse a Tahití, en 1891. Una vez en la Polinesia, el artista adquiere a Teha'amana, a una joven de tan sólo 13 años y con la que tendría una hija. Su afición a las menores demuestra la tendencia pederasta del artista, lo que ya por entonces generó bastante polémica.

Sin embargo, Gaugin prosiguió su incansable búsqueda de una sociedad alejada de cualquier norma o restricción social. Durante la última etapa de su vida el pintor decide trasladarse a las Islas Marquesas, donde fallecería en 1903, dejando tras de sí una obra marcada por el primitivismo y el simbolismo. Paul Gaugin fue un inconformista, incapaz de adaptarse a la vida occidental, que incluso vivió sus últimos días persiguiendo la utopía terrenal, la libertad más allá de cualquier norma.

viernes, 7 de enero de 2011

Tenerife, único bastión inexpugnable del mejor almirante de todos los tiempos

A más de 45 metros de altura, sobre una columna de granito y en pleno Trafalgar Square, la estatua de Horatio Nelson – de 5,5 metros de altura – otea el horizonte hacia el sur. Su mirada de piedra atraviesa Pall Mall, hasta morir en el Palacio de Westminster. Un pedestal cuadrado sostiene al monumento, simbolizando las cuatro grandes victorias del almirante británico: las batallas del Cabo San Vicente, la del Nilo, Copenhague y Trafalgar.

Estatua de Nelson en Trafalgar Square
Fue en esta última, frente a la costa gaditana, un 21 de octubre de 1805, cuando el almirante sería herido de muerte. Una bala de mosquete, disparada desde un buque francés, le alcanzó penetrándole por el brazo izquierdo, atravesando un pulmón, para detenerse finalmente en el interior de una vértebra. Ya moribundo, Nelson fue informado del transcurso favorable de la batalla. Sería la muerte del hombre y el nacimiento de un mito forjado gracias a grandes victorias, muchas de ellas infligidas a la flota española. Su cuerpo, a bordo del mítico Victory y conservado en un barril de coñac, fue trasladado hasta la londinense catedral de Saint Paul, donde finalmente sería enterrado.

La primera vez que el almirante se enfrentó a los intereses españoles fue en 1781, participando en la toma de la fortaleza de San Juan, en Nicaragua. Las tropas inglesas trataban de romper el monopolio español en el Caribe, entre las operaciones se encontraba la invasión de Nicaragua, entonces provincia española. El joven Nelson – apenas tenía 23 años – participó en la toma del castillo, despertando la admiración de sus superiores. «Me faltan palabras para expresar lo que debo a ese caballero. Él era el primero en cualquier comisión, apenas hubo cañón que no fuera dirigido por él», relató el coronel John Polson.

Más de quince años después, un 14 de febrero de 1797, el ya comodoro Nelson, volvería a enfrentarse a la armada española en la batalla naval del Cabo San Vicente, en el extremo occidental de la costa portuguesa. Durante la contienda, a pesar de las órdenes del comandante británico John Jervis, Nelson decidió abandonar su posición y, a bordo de su buque Captain, inteceptar al buque español Santísima Trinidad. Una operación arriesgada, ya que, además de desobedecer a su superior, se trataba del mayor navío de guerra del mundo, apoyado por otras seis embarcaciones. Finalmente, gracias al apoyo de otros buques británicos, Nelson fue responsable directo de dos de las cuatro capturas hechas por la flota británica durante aquella batalla, siendo su actuación clave para el desenlace final de la contienda. El comandante español, José de Córdova, en vez de perseguir al enemigo, decidió huir a Cádiz, lo que le costó enfrentarse a un consejo de guerra y a su posterior degradación.

Las islas Canarias, su mayor derrota

Uno de los mayores fracasos del almirante Nelson fue el intento de tomar Santa Cruz de Tenerife, para someter a la isla a la corona británica. Alrededor de mil soldados ultimaban los detalles del asalto en la madrugada del 21 de julio de 1797. Sin embargo, el gobernador de Tenerife, el teniente general Gutiérrez, avistó a los buques de Nelson y desplegó de forma inmediata a toda la fuerza isleña disponible, en su mayor parte milicias formadas por los propios vecinos, apoyadas por un destacamento francés. Del 22 al 25 de julio se sucedieron hasta tres intentos de ataque por parte de los hombres de Nelson, ninguno de ellos con éxito. Fue durante esta contienda cuando el almirante recibió un disparo de cañón que le hizo perder la mitad inferior del brazo.

Nelson herido en Tenerife, de Richard Westall
Por último, el 21 de octubre de 1805, Nelson, recientemente nombrado comandante en jefe del Mediterráneo, se enfrentó a su última contienda, la más sangrienta vivida jamás en aguas españolas, la batalla de Trafalgar. Napoleón Bonaparte, con la intención de invadir las Islas Británicas, había reunido a la flota francesa en coalición con la española, ambas refugiadas en el puerto de Cádiz. A bordo del Victory y con 27 naves a su disposición, Nelson se enfrentó a la flota hispano-francesa. Por otra parte, la alianza, compuesta por 33 navíos, navegaba en línea, rumbo sur, en dirección a Gibraltar, cuando avistó a la flota británica. El comandante de la escuadra, el almirante francés Pierre Charles Villeneuve, ordenó virar en redondo para poner proa a Cádiz, una difícil maniobra que provocó el desorden en el frente franco-español. Nelson, que dispuso dos líneas perpendiculares a la escuadra franco-española, la atravesó como dos lanzas, gracias a la ayuda del viento. Fue una maniobra decidida y valiente, que puso de manifiesto la pericia marinera del legendario comandante.

En apenas seis horas la batalla estaba decidida. Villeneuve había sido hecho prisionero y Nelson, alcanzado por un disparo, había perdido la vida y logrado la gloria. Tras esto, comenzaría un periodo para los británicos de dominio absoluto de los mares, que se extendería a lo largo del siglo XIX.

Mientras, Napoleón Bonaparte, que desconocía el resultado final de la batalla, permanecía en la costa francesa, en el Canal de la Mancha, mirando hacia el norte. «Seguro que ya hemos ganado, ¿cuándo nos vamos a tomar Inglaterra?», preguntó pletórico. Uno de los oficiales, preocupado, le respondió, «me temo que no es posible. Nosotros tenemos a Dios, pero ellos tienen a Nelson».

Como homenaje

Caricatura de Blanco White
José María Blanco Crespo 'Blanco White' (1775-1841) fue un periodista sevillano que durante la Guerra de la Independencia se traslada a vivir a Londres, de donde nunca volvería. Una vez allí, redacta las Cartas desde España, donde se muestra especialmente crítico con la intolerancia, el fanatismo religioso o el retraso que sufre su país. Siempre defensor de las desigualdades sociales, su apoyo a la independencia de las colonias españolas en América le condenó al ostracismo. Sirva este blog como homenaje.