Y es que yo también fui niño.
Esa verja – todos los colegios la tienen -, a modo de útero que envuelve al feto, aporta una tranquila y segura protección a los menores. «Aquí dentro hacer los deberes será tu mayor preocupación. Un juego de niños. Ahí fuera, cuando salgas, el sistema te absorberá y, de la misma forma que Saturno devora a sus hijos, te devorará a ti y a cientos como tú».
Pero de momento calla, no digas nada, que aún están jugando.
Nunca en mi infancia hubo un sábado gris y nublado. Nunca, al menos, que yo recuerde. Allí, en aquel patio, mi propia niñez sigue corriendo, sigue jugando, completamente feliz.
No. Ya allí no juega nadie.
Mis más ligeros recuerdos de niño huelen al café de la tarde, saben a los caramelos de fresa que me compraba mi bisabuela; a noches de verano 'charlando' hasta altas horas de la madrugada - cuando el verano era eterno-; a mi vieja colección de cromos; a mis zapatillas manchadas de barro o «al acostaos pronto, que mañana vienen los Reyes».
Aún hoy, esos recuerdos me llenan las mejillas de churretes.
En el centro había y hay una fuente. Esos años están coloreados con el suave rumor del agua fluyendo, típico de los patios andaluces. Ese ligero rumor es lo único que sigue allí. Paradójicamente, ha contradicho a Heráclito: ha permanecido lo único que fluye. Pero ya nadie juega.
Ahora, el lugar permanece repleto de plantas que florecen. No sólo en Primavera, sino durante todo el año.
Me gusta pensar que hay una flor por cada bonito recuerdo.
Ahora, el lugar permanece repleto de plantas que florecen. No sólo en Primavera, sino durante todo el año.
Me gusta pensar que hay una flor por cada bonito recuerdo.
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