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viernes, 1 de abril de 2011

El día que se inventó el Azuleste

Y llegó el día D y la hora H. La fina y tímida llovizna comenzó a las 6.34, cuando la ciudad aún se desperezaba, tan sólo 34 minutos más tarde de las previsiones de aquel extravagante experto. Los más escépticos, y a decir verdad, la práctica totalidad de los habitantes de la ciudad continuaron su vida normal.

Hacía más de una semana que Stephen Bhutia, experto meteorólogo a la vez que espiritista y pintor surrealista, había advertido a la población sobre la llegada de una nube tóxica provocada por el escape radiactivo al mar, como consecuencia del desastre nuclear en Japón.

«Las nubes están formadas por el agua que se evapora del mar. Si el agua del mar está contaminada, le ocurrirá lo mismo a la nube y, por consiguiente, a la lluvia que brote de ella. Habrá unas consecuencias irreparables», advertía el experto de origen hindú durante un debate televisado en la BBC, enfatizando las palabras «contaminada» e «irreparables» como si fuera un predicador.
 
«Pero oiga, ¿y por qué aquí?», logró decir un profesor universitario de química por la Universidad de Leicester, que padecía de asma y entre carcajada y carcajada apenas podía vocalizar.

«Qué mejor sitio para una nube que Londres», contestó Bhutia, encogiéndose de hombros. La carcajada volvió a ser generalizada en el plató y el asma del profesor de Leicester volvió a agudizarse, mientras, retorcido de risa apenas podía respirar ni contener las lágrimas.

Pero lo cierto es que, tal como advirtió, aquel día comenzó a llover y paso a paso se cumplieron todas sus previsiones.

Sobre las 7 horas la lluvia ya había perdido su timidez inicial y el aguacero golpeaba los tejados, el pavimento, los coches y autobuses, los paraguas de los viandantes o, en su defecto, sus cabezas, con efectos que, horas después, serían irreversibles.

Fue en St. Stephen's Tower, conocida popularmente como el Big Ben, donde se comenzó a notar los efectos de la lluvia radiactiva. La fachada de ladrillo del coloso de más de 96 metros de altura había perdido su color normal y ahora lucía un sorprendente blanco. La visión de este increíble espectáculo horrorizó a los londinenses y, como nunca llueve a gusto de todos, hizo las delicias de los turistas que no perdieron la ocasión para fotografiar tan sorprendente fenómeno.

A la Gran campana de Westminster le siguió el resto de la ciudad que, como había advertido Stephen Bhutia, se sumiría en el caos aquel fatídico día D.

La lluvia caló lenta pero ininterrumpidamente, con la constancia y paciencia propia y característica de aquellos elementos que tan sólo existen en la naturaleza.

Así pues, en pocas horas los tradicionales autobuses rojos o los taxis negros habían dejado de serlo creando gran confusión entre los usuarios; las banderas de los edificios públicos habían perdido su color, primero fue la inglesa y, posteriormente la británica, que pasaron a ser blancas, con la consecuente indignación de funcionarios y empleados públicos; las musulmanas más integristas volvían aterrorizadas a sus casas tras ver transformadas sus anacrónicas vestimentas negras en alegres prendas ibicencas, sus maridos, indignados, se tiraban del pelo con desesperación y hojeaban impulsivamente el Corán buscando consuelo en las palabras del gran profeta; en la periferia de la ciudad las prostitutas que volvían de una dura noche de trabajo se vieron en un abrir y cerrar de ojos vestidas completamente de blanco, alegres, tenían la sensación de que mientras la ciudad era azotada por aquella especie de maldición divina, a ellas, en cambio, les habían devuelto la pureza y virginidad, equiparándolas en blancura - literalmente - con el resto de la sociedad. 

Aquellas mujeres de vida alegre, vestidas como quinceañeras el día de su primera comunión, - aunque bastante más atrevidas - se mezclaban con los niños que, confundidos por el blanco de los parques, habían salido de la escuela a jugar con una nieve existente únicamente en sus inocentes mentes.

La confusión fue tal que incluso los comerciantes de ganado llenaban los autobuses públicos de vacas, gallinas, cerdos, hasta que llegaron a mezclarse con los usuarios del transporte público. Éstos, confundidos, se tapaban la nariz para evitar el mal olor provocado por las boñigas vacunas. Fue tan grande el desconcierto que hasta los conductores de autobuses no sabían si acabar sus rutas en las granjas, seguir sus rutas habituales o directamente abandonar la conducción, ya que las señales de tráfico ahora eran todas blancas.

Sin embargo, el efecto devastador de la lluvia radiactiva no se quedó sólo en la superficie. Cuando el Big Ben deslumbraba a los turistas con su blancura inmaculada; cuando las fachadas de las casas parecían pintadas con cal, mostrando una estampa propia de cualquier pueblo andaluz; o cuando las cabezas de aquellos ciudadanos que quedaron expuestas a la lluvia parecían radicalmente encanecidas; sólo entonces, la lluvia comenzó a calar en la tierra.

Como el mismísimo tiempo, que avanza lento, con paso firme e inevitablemente, los interminables pasillos que conforman la red de metro de Londres comenzaron a sufrir las nefastas consecuencias de la lluvia radiactiva.

Los llamativos y coloridos anuncios de musicales, estrenos de cine, espectáculos u obras de teatros que día tras día adornan las paredes infinitas de aquellos pasillos fueron perdiendo el color y convirtiendo el interior del Underground en un inmenso hospital sin médicos ni enfermeras ni enfermos.

Cuando parecía que en toda la ciudad no había nada más que borrar y absolutamente todo era blanco, sólo entonces, fue cuando las diferentes líneas del metro comenzaron a perder el color.

Las autoridades, a sabiendas de lo imprescindible que es el transporte público – sobre todo el metro – para que una ciudad de tal tamaño funcione, reaccionaron de inmediato. «Hacemos un llamamiento a la colaboración ciudadana para que aquellos que lo deseen y de forma voluntaria se organicen y vuelvan a pintar las líneas del metro», indicó el Mayor de Londres, Boris Johnson, en lo que habría sido un solemne mensaje televisado por la BBC London si el alcalde no hubiera aparecido en pantalla vestido con un ridículo traje de chaqueta blanco con corbata blanca a juego.

La reacción de la población fue inmediata y ejemplar, haciendo gala un gran sentido cívico y de una predisposición heroica, demostrando al mundo las cualidades del ciudadano británico en unos momentos tan complicados.

Los botes de pinturas, transportados en bolsas herméticamente cerradas, fueron distribuidos de forma gratuita entre los vecinos.

Sin embargo, los problemas empezaron en la estación Tottenham Court Road, próxima al Soho. Los voluntarios decidieron pintar la línea con los colores del arcoíris en vez de roja – como había sido hasta entonces -, ya que «este nuevo diseño iba más acorde con la mentalidad abierta y plural de la zona», declaraba el portavoz de los vecinos, que regentaba un pub de ambiente próximo a la estación.

A todos los vecinos les pareció una idea genial, incluso aquellos más conservadores e intransigentes con los símbolos gays se mostraron encantados: primero, porque se habían librado de que la línea fuera rosa, y segundo, porque podrían hacer trasbordos con cualquier otra línea de metro, ya que de esta forma Tottenham Court Road estaría conectada todas las líneas de diferentes colores.

En los barrios obreros donde siempre ganaba el Partido Laborista se optó por pintar rojas las líneas de metro más próximas, algo que acabó conectando a los enclaves socialistas al mismo tiempo que – como todas las demás líneas - los conectaba con el Soho, en Totteham Court Road.

Por otra parte, en los distritos donde había un fuerte sentimiento Black Power, como no podía ser de otra forma, se optó por pintar las estaciones cercanas en negro; igualmente, quinceañeras enamoradas se organizaban a través de Facebook para dar más protagonismo a la línea rosa;  la asociación de poetas junto a la de cantautores se decantó por el gris; los ecologistas se organizaron para trazar la línea verde y los católicos la línea morada, como símbolo de la Cuaresma. No obstante, ante esto último, la reacción de los protestantes más radicales no se hizo esperar, ya que a medida que se pintaba una estación de morada, ellos volcaban cubos de agua radiactiva sobre éstas devolviendo el anterior blanco inmaculado.

En otras zonas de la ciudad las divergencias casi llegan a las manos entre los partidarios del azul y el celeste. Los defensores del azul argumentaban «que aquel color evocaba al mar», a lo que sus opositores contestaban que «si ese color evoca al mar, el nuestro representa al cielo». «Pero idiota, si es del cielo de dónde nos viene esta maldición». Finalmente, entre insultos de «xenófobos y fascistas» por parte de ambos bandos, las fuerzas del orden tuvieron que intermediar estableciendo un color denominado Azuleste, definido como aquel color que está entre el mar y cielo, que acalló a todos y no contento a ninguno.

Durante aquel día, aquellos que querían ir a sus puestos de trabajo acababan sorprendidos en el Soho. Los usuarios de la Metropolitan Line, morada de toda la vida, acababan confundidos en una línea blanca, inédita hasta entonces en la red metropolitana. Y los usuarios habituales de la línea celeste y azul corrían por los laberínticos pasillos desesperados buscando el color correspondiente que los llevara a sus destinos, y es que aquella línea Azuleste ni se parecía al cielo ni se parecía al mar.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Aquel 23 de febrero

«Si lo llego a saber no vengo», pensó Juan Pablo II tras bajar del avión que lo llevó hasta Tokio. Ni siquiera pudo hacer su característico gesto de agacharse y besar la tierra. La alfombra roja que le habían colocado estaba encharcada y llena de barro. «Qué cansado es esto de ser Papa».

Aquella tarde de 1981 Juan Pablo II se convertía en el primer pontífice en hacer una visita oficial a Japón, donde tan sólo fue recibido cuatro personas. Era una tarde lluviosa en Tokio. Durante el trayecto del aeropuerto al hotel, tan sólo un joven mostró un cartel de bienvenida, arrugado y deteriorado por la lluvia, apenas fue percibido por el pontífice.

En Moscú se celebraba el 26º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. El jefe del Estado soviético, Leónidas Breznev, entre otras cuestiones, realizaba un llamamiento a los países de la OTAN para evitar el uso de las armas nucleares. Tras tres horas y cuarenta minutos de discurso el líder comunista se tuvo que retirar por la fatiga. Histórico. Los médicos le diagnosticaron que se había aburrido a sí mismo. Nada grave.

Al otro lado del telón de acero, Estados Unidos amenazaba con bloquear Cuba para frenar el envío de armas del gobierno de Fidel Castro a los insurgentes de El Salvador. ¿Estados Unidos amenazando? Hay cosas que nunca cambian.

Entre estas anécdotas, aquella tarde de 1981, en España el Real Madrid había vencido a domicilio al Osasuna por 1 a 2; y en la prensa deportiva se debatía si los porteros deberían o no lanzarse a los pies de los delanteros. «Ya en la posguerra habían dejado de blocar balones, por miedo a la tuberculosis», se argumentaba.

Sin embargo, el triste protagonista del día fue un tipo con bigote y con tricornio. Y no, no se trataba de una chirigota del Carnaval de Cádiz.

El intento golpista del coronel Tejero hizo reaccionar de forma unánime y ejemplar a los principales actores de la sociedad española de entonces, impregnada aún del espíritu de concordia y encuentro de la transición. Desde Manuel Fraga hasta Santiago Carrillo, desde las asociaciones de empresarios a los sindicatos, la Guardia Civil, las Fuerzas Armadas o los diferentes periódicos de tirada nacional. El cierre de filas fue generalizado en torno a la figura del Rey - clave con su breve pero histórico discurso de  aquella madrugada-, pero, sobre todo, por la defensa de la libertad de un país, plasmada en nuestra Constitución.

Aquel día, incluso el presidente de Acción Republicana se declaró «a disposición» del monarca. Todo esfuerzo fue poco para defender a la recién nacida democracia.

domingo, 13 de febrero de 2011

De la Telebasura a la prensa para envolver pescado

Si hay un máximo exponente de la Telebasura esa es la forma de ‘hacer televisión’ llevada a cabo por las cadenas de Silvio Berlusconi. Primero y principalmente en Italia a través de Mediaset – dueño de las principales televisiones privadas del país trasalpino – y segundo, exportando el modelo a España, ya que esa compañía es propietaria de Telecinco y, recientemente, de Cuatro.

El modelo inicial era sencillo: concursos banales donde nunca estaba de más que apareciera una o más mujeres en paños menores cantando una absurda cancioncilla – véase Las Mamachicho-.

Personalmente, pienso que la televisión poco o nada tiene que ver con el periodismo más clásico. Un periodista difícilmente podrá salir del modelo sensacionalista imperante en un medio en el que prima la imagen y su espectacularidad. Pero, ¿Qué ocurre cuando ese modelo se importa a la prensa?

En los últimos años en España han surgido un gran número de periódicos gratuitos. Evidentemente, por su propia definición, poseen escasa calidad y siempre tienen un enfoque exclusivamente local. Sin embargo, no deja de sorprenderme como determinados periódicos gratuitos londinenses van más allá del ‘amarillismo’. La tirada, una vez impresa, bien podría ir directamente a la pescadería a envolver pescado.

Portada del London Evening Standard
La imagen de la portada fue publicada el pasado 19 de enero por el London Evening Standard, periódico sensacionalista, con más de 180 años de historia y que desde 2006 se distribuye a diario de forma gratuita a más de medio millón de personas.

En la foto se observa la expresión de dolor de un niño que recientemente ha perdido a su hermano, fallecido en unas inundaciones. Además de ser un menor, se trata de la ceremonia del funeral. Un momento íntimo, privado, personal y que merece todo el respeto. Todo lo contrario a lo que hace esta publicación, que no sólo publica la imagen, sino que lo hace en la mismísima portada.

En páginas interiores se vuelve a publicar otra instantánea y la foto del otro menor fallecido.

Cualquier persona que trabaje en los medios de comunicación españoles sabe que esto sería impensable en nuestro país. Evidentemente, no por ética de los propios periodistas, sino porque las leyes protegen la integridad de cualquier menor por encima de la información.

Imagen en páginas interiores
Éste no es un caso aislado. Es frecuente encontrar en este tipo de prensa noticias relacionadas con macabros asesinatos, suicidios o accidentes, ilustradas con alguna foto de la persona en cuestión y que literalmente parece sacada de su perfil de facebook.

La verdad es que me acojona más el Big Brother de Orwell en su novela 1984 que el Gran Hermano de Mercedes Milá. Y es que en el Reino Unido parece que el derecho de la sociedad a ‘saber todo de todos’ prima sobre la intimidad del individuo. Multitud de cámaras graban 24 horas las calles, el metro, el interior de los edificios, las iglesias…hasta en el funeral de un niño por su hermano hay un objetivo que capta el instante más doloroso e íntimo. Y es que aquí, Gran Hermano te observa.

viernes, 28 de enero de 2011

Sábado

Siempre que paso por delante de algún colegio no puedo evitar buscar entre los escolares al niño que un día fui. Tras la verja, cientos de pequeños persiguen un balón, juegan al escondite o simplemente revolotean. Se mueven de forma caótica, gritan y ríen, sin más preocupación que ser feliz. Colegios y psiquiátricos, lugares repletos de las únicas criaturas capaces de ser completamente felices: los niños y los locos.

Y es que yo también fui niño.

Esa verja – todos los colegios la tienen -, a modo de útero que envuelve al feto, aporta una tranquila y segura protección a los menores. «Aquí dentro hacer los deberes será tu mayor preocupación. Un juego de niños. Ahí fuera, cuando salgas, el sistema te absorberá y, de la misma forma que Saturno devora a sus hijos, te devorará a ti y a cientos como tú».

Pero de momento calla, no digas nada, que aún están jugando.

Nunca en mi infancia hubo un sábado gris y nublado. Nunca, al menos, que yo recuerde. Allí, en aquel patio, mi propia niñez sigue corriendo, sigue jugando, completamente feliz.

No. Ya allí no juega nadie.

Mis más ligeros recuerdos de niño huelen al café de la tarde, saben a los caramelos de fresa que me compraba mi bisabuela; a noches de verano 'charlando' hasta altas horas de la madrugada - cuando el verano era eterno-; a mi vieja colección de cromos; a mis zapatillas manchadas de barro o «al acostaos pronto, que mañana vienen los Reyes».

Aún hoy, esos recuerdos me llenan las mejillas de churretes.

En el centro había y hay una fuente. Esos años están coloreados con el suave rumor del agua fluyendo, típico de los patios andaluces. Ese ligero rumor es lo único que sigue allí. Paradójicamente, ha contradicho a Heráclito: ha permanecido lo único que fluye. Pero ya nadie juega.

Ahora, el lugar permanece repleto de plantas que florecen. No sólo en Primavera, sino durante todo el año.

Me gusta pensar que hay una flor por cada bonito recuerdo.

lunes, 24 de enero de 2011

El cuervo, typical english

En Inglaterra, el cuervo bien podría equivaler a lo que en España es el toro de Osborne. Al menos aquí no tienen el mal gusto de sobreimprimir su silueta en sus banderas. Y es que cualquier evocación del ‘aguilucho’ me corta el cuerpo.

Alrededor del siglo XVIII, comenzó a fraguarse una leyenda que perdura hasta la actualidad. Resumiendo, se cree que la monarquía británica depende del bienestar y la supervivencia de seis cuervos que se encuentran alojados en el jardín de la Torre Blanca.

Si estos animalitos gozan de salud, la monarquía perdurará con ellos. Lo fácil y barato que lo tendrían aquí los republicanos, un chicle para cada cuervo y ¡hala, que viva la República!

Pero esto no es todo. Los cuervos van más allá. Más allá del famoso poema de Poe – y su tétrico «nevermore» - o del cuervo parlante de Charles Dickens, en su novela Barnaby Rudge. Y es que estos animalitos están mezclados entre nosotros.

El primer contacto que tienes con un cuervo es a la hora de buscar alojamiento. Tu casa, a lo que para ser exacto llamas ‘estudio’, e incluso, para ser aún más exacto deberías referirte a ella como ‘20 metros cuadrados, cuatro paredes y un techo de cartón’, la pagas a precio de oro. Para hacerse una idea, es como cuando caes en una casilla cara del Monopoly. «¡Va, no me jodas! ¡Si hace dos turnos caí en una casilla incluso mejor que la tuya y me costó la mitad!» Nada…a pedirle dinero a la banca, es decir, a tus padres…

Para poder hacer frente al pago del alquiler no tienes otra opción que buscarte trabajo. Ojalá bastara por pasar por la casilla inicial para que la banca te inyectara liquidez, pero me temo que en la vida las cosas no son tan sencillas, sino bastaría con dar un puñetazo sobre el tablero y mandarlo todo a tomar vientos.

En tu búsqueda de curro entregas currículos en mil sitios, en mano o por Internet. Todo esfuerzo es poco. Lo más sorprendente es que las únicas personas que se ponen en contacto contigo son individuos que dicen «dedicarse a asesorar a personas en su búsqueda de empleo, que da igual el inglés que sepas». Joder, digo yo que además de ser asesores, serán magos. Por supuesto, todo es previo pago y seguramente otra estafa más. De nuevo, otro cuervo.

Entonces, llega el día en que encuentras un trabajillo. En ese momento no dices nada, aunque en tu interior albergas la esperanza de que tu jefe no sea un cuervo. Es lo que tiene ser joven, que también eres inocente y por consiguiente bastante estúpido.

Finalmente, te encuentras currando para un cuervo en un trabajo penoso. Tu sueldo íntegro irá destinado a pagar el alquiler a otro cuervo; y si pides ayuda a alguien se te acercan ocho cuervos más prometiéndote – previo pago – un paraíso con excelentes manjares y cuarenta vírgenes.

Lo sorprendente es que aún conserve los ojos.

Su majestad, Isabel II, puede estar tranquila porque, otra cosa no, pero aquí cuervos sobran…

martes, 11 de enero de 2011

¿Un paraíso en la otra esquina?

El pintor impresionista Paul Gauguin (París 1848 - 1903 Islas Marquesas) mantuvo una existencia marcada por los escándalos sexuales, los altercados y el deseo permanente de huir de cualquier rastro de civilización. Siempre persiguiendo la más absoluta libertad. Cinco años antes de su nacimiento, su abuela, Flora Tristán (París 1803 - 1844 Burdeos) fallecía víctima de una enfermedad. Su carácter luchador e incansable la consolidarían con el paso de los años como un símbolo de la lucha feminista y de los derechos de la clase obrera.

Gabriel García Márquez en El paraíso en la otra esquina se acerca a la figura de ambas vidas marcadas por la búsqueda de la felicidad.

En 1873 Paul Gauguin frecuentaba la Bolsa de París. A sus 25 años, el posterior pintor neo-impresionista era un exitoso hombre de negocios que actuaba como agente económico. Durante estos años su prosperidad económica le permite comenzar a coleccionar obras de arte e introducirse como aficionado en el mundo de la pintura.

A principios de siglo, 70 años antes de que Paul Gauguin prosperara en sus negocios, su abuela, Flora Tristán, disfrutaba de una infancia acomodada en París. El propio Simón Bolívar participaba en las tertulias literarias organizadas por su padre, el coronel peruano Mariano Tristán. Sin embargo, esta estabilidad familiar pronto se vería truncada. El fallecimiento de su padre, cuando Flora apenas tenía cuatro años, sumió en la más absoluta pobreza a la pequeña y a su madre. Ambas se vieron obligadas a trasladarse a vivir al campo. 


Los años de adolescencia no fueron fáciles para Flora. Pronto comenzó a trabajar en un taller de litografía hasta que a los 17 años contrajera matrimonio con el propietario. Su nueva situación tampoco cambió su suerte. Los continuos maltratos por parte su marido la llevan a escapar de París junto a su hija Aline, futura madre de Paul Gauguin. Esta traumática experiencia marca el punto de partida para una desgraciada vida, dedicada a combatir causas perdidas. En primer lugar, Flora tuvo que luchar judicialmente por la custodia de sus hijos, en una sociedad donde la mujer aún estaba muy por debajo del hombre. Posteriormente viajaría hasta Perú para reclamar la herencia de su padre, derecho que nunca le sería reconocido. Es en Sudamérica, tras presenciar escenas de la Guerra Civil que se vivía en Perú, cuando Flora toma conciencia de las desigualdades sociales existentes y se erige como firme defensora de los derechos de la mujer y de la clase obrera.

Sello conmemorativo de Flora Tristán
Uno de los episodios más sonados de su vida se dio en 1836 cuando, para reivindicar los derechos de los obreros, consiguió entrar disfrazada de hombre en la Cámara de los Lores británica. Al igual que su nieto, Paul Gauguin, fue una persona incansable, obstinada e inconformista. En su caso, siempre luchando por una sociedad igualitaria, por una utopía ideológica. Dejó varias obras, siempre a favor del divorcio, de la clase obrera o de los derechos de la mujer. En 1844 fallece víctima del tifus. Actualmente es reconocida como una de las fundadoras del feminismo moderno y da nombre a diversos centros de defensa de las mujeres, como El centro de la mujer peruana.

En 1882, 40 años después de la muerte de Flora, su nieto, Paul Gauguin es despedido como agente económico. A sus 34 años esta nueva situación lo sumiría en una precariedad económica que se acentuaría a lo largo de su vida. No obstante, su completa obsesión por la pintura - llegó a abandonar a su mujer e hijos por este motivo- desataría en él toda la inspiración que lo convertiría años después en uno de los referentes del arte posimpresionista.

Su fracaso sentimental y la búsqueda de un trabajo le lleva primero a viajar por Francia, hasta que finalmente decide trasladarse a Panamá. Su primer viaje al Caribe marcaría un punto de inflexión que se vería reflejado en sus más famosas obras, caracterizadas por la luminosidad y los colores sensuales. Absolutamente cautivado por la vida entre los indígenas y por sus primitivas relaciones, Gauguin encontraría entre ellos su mayor fuente de inspiración.

Gauguin y la oreja de Van Gogh

Mujeres de Tahití, de Paul Gauguin
En 1888, Van Gogh, impresionado por la mentalidad del pintor francés, le convenció para que se trasladara a vivir a Provenza, donde había fundado una comuna de artistas. Dado el carácter fuerte de ambos, su relación pronto fue insostenible, hasta el punto que, según Gauguin, tras una fuerte discusión, el mismísimo Van Gogh trató de matarle. Incluso se llega a decir que Van Gogh amenazó con una navaja a Gauguin momentos antes de rebanarse parte de la oreja izquierda. La frustración que supuso al pintor holandés su relación con Gauguin pudo desencadenarle sus posteriores crisis psiquiátricas.

Finalmente, el pintor francés, huyendo de la civilización europea, decide trasladarse a Tahití, en 1891. Una vez en la Polinesia, el artista adquiere a Teha'amana, a una joven de tan sólo 13 años y con la que tendría una hija. Su afición a las menores demuestra la tendencia pederasta del artista, lo que ya por entonces generó bastante polémica.

Sin embargo, Gaugin prosiguió su incansable búsqueda de una sociedad alejada de cualquier norma o restricción social. Durante la última etapa de su vida el pintor decide trasladarse a las Islas Marquesas, donde fallecería en 1903, dejando tras de sí una obra marcada por el primitivismo y el simbolismo. Paul Gaugin fue un inconformista, incapaz de adaptarse a la vida occidental, que incluso vivió sus últimos días persiguiendo la utopía terrenal, la libertad más allá de cualquier norma.

viernes, 7 de enero de 2011

Tenerife, único bastión inexpugnable del mejor almirante de todos los tiempos

A más de 45 metros de altura, sobre una columna de granito y en pleno Trafalgar Square, la estatua de Horatio Nelson – de 5,5 metros de altura – otea el horizonte hacia el sur. Su mirada de piedra atraviesa Pall Mall, hasta morir en el Palacio de Westminster. Un pedestal cuadrado sostiene al monumento, simbolizando las cuatro grandes victorias del almirante británico: las batallas del Cabo San Vicente, la del Nilo, Copenhague y Trafalgar.

Estatua de Nelson en Trafalgar Square
Fue en esta última, frente a la costa gaditana, un 21 de octubre de 1805, cuando el almirante sería herido de muerte. Una bala de mosquete, disparada desde un buque francés, le alcanzó penetrándole por el brazo izquierdo, atravesando un pulmón, para detenerse finalmente en el interior de una vértebra. Ya moribundo, Nelson fue informado del transcurso favorable de la batalla. Sería la muerte del hombre y el nacimiento de un mito forjado gracias a grandes victorias, muchas de ellas infligidas a la flota española. Su cuerpo, a bordo del mítico Victory y conservado en un barril de coñac, fue trasladado hasta la londinense catedral de Saint Paul, donde finalmente sería enterrado.

La primera vez que el almirante se enfrentó a los intereses españoles fue en 1781, participando en la toma de la fortaleza de San Juan, en Nicaragua. Las tropas inglesas trataban de romper el monopolio español en el Caribe, entre las operaciones se encontraba la invasión de Nicaragua, entonces provincia española. El joven Nelson – apenas tenía 23 años – participó en la toma del castillo, despertando la admiración de sus superiores. «Me faltan palabras para expresar lo que debo a ese caballero. Él era el primero en cualquier comisión, apenas hubo cañón que no fuera dirigido por él», relató el coronel John Polson.

Más de quince años después, un 14 de febrero de 1797, el ya comodoro Nelson, volvería a enfrentarse a la armada española en la batalla naval del Cabo San Vicente, en el extremo occidental de la costa portuguesa. Durante la contienda, a pesar de las órdenes del comandante británico John Jervis, Nelson decidió abandonar su posición y, a bordo de su buque Captain, inteceptar al buque español Santísima Trinidad. Una operación arriesgada, ya que, además de desobedecer a su superior, se trataba del mayor navío de guerra del mundo, apoyado por otras seis embarcaciones. Finalmente, gracias al apoyo de otros buques británicos, Nelson fue responsable directo de dos de las cuatro capturas hechas por la flota británica durante aquella batalla, siendo su actuación clave para el desenlace final de la contienda. El comandante español, José de Córdova, en vez de perseguir al enemigo, decidió huir a Cádiz, lo que le costó enfrentarse a un consejo de guerra y a su posterior degradación.

Las islas Canarias, su mayor derrota

Uno de los mayores fracasos del almirante Nelson fue el intento de tomar Santa Cruz de Tenerife, para someter a la isla a la corona británica. Alrededor de mil soldados ultimaban los detalles del asalto en la madrugada del 21 de julio de 1797. Sin embargo, el gobernador de Tenerife, el teniente general Gutiérrez, avistó a los buques de Nelson y desplegó de forma inmediata a toda la fuerza isleña disponible, en su mayor parte milicias formadas por los propios vecinos, apoyadas por un destacamento francés. Del 22 al 25 de julio se sucedieron hasta tres intentos de ataque por parte de los hombres de Nelson, ninguno de ellos con éxito. Fue durante esta contienda cuando el almirante recibió un disparo de cañón que le hizo perder la mitad inferior del brazo.

Nelson herido en Tenerife, de Richard Westall
Por último, el 21 de octubre de 1805, Nelson, recientemente nombrado comandante en jefe del Mediterráneo, se enfrentó a su última contienda, la más sangrienta vivida jamás en aguas españolas, la batalla de Trafalgar. Napoleón Bonaparte, con la intención de invadir las Islas Británicas, había reunido a la flota francesa en coalición con la española, ambas refugiadas en el puerto de Cádiz. A bordo del Victory y con 27 naves a su disposición, Nelson se enfrentó a la flota hispano-francesa. Por otra parte, la alianza, compuesta por 33 navíos, navegaba en línea, rumbo sur, en dirección a Gibraltar, cuando avistó a la flota británica. El comandante de la escuadra, el almirante francés Pierre Charles Villeneuve, ordenó virar en redondo para poner proa a Cádiz, una difícil maniobra que provocó el desorden en el frente franco-español. Nelson, que dispuso dos líneas perpendiculares a la escuadra franco-española, la atravesó como dos lanzas, gracias a la ayuda del viento. Fue una maniobra decidida y valiente, que puso de manifiesto la pericia marinera del legendario comandante.

En apenas seis horas la batalla estaba decidida. Villeneuve había sido hecho prisionero y Nelson, alcanzado por un disparo, había perdido la vida y logrado la gloria. Tras esto, comenzaría un periodo para los británicos de dominio absoluto de los mares, que se extendería a lo largo del siglo XIX.

Mientras, Napoleón Bonaparte, que desconocía el resultado final de la batalla, permanecía en la costa francesa, en el Canal de la Mancha, mirando hacia el norte. «Seguro que ya hemos ganado, ¿cuándo nos vamos a tomar Inglaterra?», preguntó pletórico. Uno de los oficiales, preocupado, le respondió, «me temo que no es posible. Nosotros tenemos a Dios, pero ellos tienen a Nelson».

Como homenaje

Caricatura de Blanco White
José María Blanco Crespo 'Blanco White' (1775-1841) fue un periodista sevillano que durante la Guerra de la Independencia se traslada a vivir a Londres, de donde nunca volvería. Una vez allí, redacta las Cartas desde España, donde se muestra especialmente crítico con la intolerancia, el fanatismo religioso o el retraso que sufre su país. Siempre defensor de las desigualdades sociales, su apoyo a la independencia de las colonias españolas en América le condenó al ostracismo. Sirva este blog como homenaje.